¿Qué son las pesadillas?
Las pesadillas son sueños desagradables de gran intensidad que originan fuertes sentimientos de miedo, terror, ansiedad o angustia en el niño.
Se producen en la segunda mitad de la noche, normalmente al amanecer (Si el niño duerme desde las 20:00 hasta las 08:00 horas del día siguiente la segunda mitad se prolongará desde las dos de la madrugada hasta el momento de levantarse).
Suelen aparecer alrededor de los 2-3 años y ceden espontáneamente al llegar a la adolescencia.
En la mayoría de los casos no hay motivo para preocuparse pues son uno de los problemas de sueño más frecuentes en la infancia y la adolescencia. Se puede decir que un 10-45% de los niños de 3-5 años las ha padecido alguna vez.
El niño recuerda lo que ha soñado y es capaz de explicarlo: “Jorge me ha pegado”, “El lobo me quiere comer”, “El perro me muerde”, etc…
Por regla general los episodios duran semanas y están relacionados con al algún fenómeno externo que le ha causado inquietud. Si el niño está traumatizado por algo se vuelven repetitivas.
Pesadillas más frecuentes:
- menos de 2 años: miedo a ser separados de sus padres y a los extraños.
- 3-4 años: miedo a la oscuridad y a algunos animales.
- 5-6 años: miedo a seres imaginarios como fantasmas y monstruos.
- 9-10 años: miedo a la escuela y al daño físico.
- A partir de esta edad se harán más importantes los miedos a situaciones sociales, al daño corporal y al fracaso escolar.
En la mayoría de los casos las pesadillas forman parte del desarrollo normal y desaparecerán después de un tiempo. Sólo se aconseja tratamiento psicológico si son muy frecuentes (varias a la semana), muy intensas (el niño se despierta totalmente aterrorizado), desde hace mucho tiempo (un año o más) y están produciendo otros problemas.
Cabe señalar que son distintas de los TERRORES NOCTURNOS:
Al igual que las pesadillas suelen aparecer en torno a los 2-3 años y
desaparecer al llegar a la adolescencia.
Se producen en la primera mitad de la noche. El niño se despierta bruscamente y empieza a gritar como si estuviera sufriendo de una forma sobrehumana. El horror puede durar entre 2 y 10 minutos.
Cuando los padres acuden al niño, éste no reacciona, no es consciente de lo sucedido puesto que está profundamente dormido. Por este motivo, al día siguiente no recuerda nada.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
- HAY que establecer unas pautas o rutinas de sueño adecuadas. Unas pautas regulares de sueño ayudan a que el niño sepa que se acerca el momento de dormir.
- HAY que ayudar y consolar al niño lo antes posible cuando éste se despierte de una pesadilla. Se le puede abrazar y cogerle la mano mientras se tranquiliza con palabras. Hablarle con ternura hasta calmar su angustia, explicándole que se trató sólo de un sueño, pero también con firmeza y seguridad sin dejarse convencer por el niño. Es recomendable permanecer con el niño hasta que se haya calmado lo suficiente como para volverse a dormir.
- HAY que alabar o premiar al niño por cada paso que da para enfrentarse a la pesadilla. Puede establecerse un sistema por el cual si éste cumple determinados objetivos gana algún premio.
¿QUÉ NO DEBEMOS HACER?
- NO es buena idea hablar en detalle sobre el contenido de la pesadilla en el momento de haberla tenido ya que el niño podría activarse aún más y eso dificultaría que volviera a dormirse. Al día siguiente se puede hablar del contenido de su sueño si el niño tiene edad suficiente; en caso contrario, no obligarle a ello.
- NO debemos entrar en el cuarto encendiendo todas las luces cuando el niño se despierte asustado por una pesadilla. Es preferible encender sólo una luz suave. De esta forma evitaremos que asocie la oscuridad con el malestar y la luz con la seguridad, y que pueda acabar desarrollando miedo a la oscuridad. Además, así será más sencillo que se duerma de nuevo. También puede ser un consuelo uno de sus peluches favoritos.
- NO es aconsejable que el niño se acueste con los padres. Si lo permitimos no le estaremos ayudando e superar esta etapa y además le daremos la impresión equivocada de que en realidad hay algo que temer.
Adriana Fusté. Psicóloga